miércoles, 26 de diciembre de 2007

Brújula polémica

por Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 12 de diciembre de 2007


Que el Vaticano condene una película -y la novela en que se basa- es la mejor manera de convertirlas en éxitos. Funcionó con El código da Vinci, y hoy con la cinta La brújula dorada, basada en Luces del norte, primera novela de la trilogía La materia oscura, del inglés Philip Pullman.

El diario oficial Vaticano, L’Osservatore Romano, la califica como “la película más antinavideña posible”. “En el mundo de Pullman -afirma- la esperanza simplemente no existe porque no hay salvación, sólo la capacidad personal e individualista para controlar la situación y dominar los eventos”. ¿Qué tiene eso de malo?, pregunto yo.

Las novelas presentan mundos paralelos en que las personas tienen el alma por fuera del cuerpo, en forma de animales llamados “daemons” o dáimones, palabra que causó alarma entre los católicos (en español, para esquivar el problema, se tradujo como “daimoniones”). Muestran también una iglesia todopoderosa y opresiva, aunque en la cinta toda referencia a ella se ha eliminado, dejando sólo un abstracto “magisterio”.

Aunque Pullman es ateo (lo cual no debería ser problema), ha declarado que los libros “defienden ciertos valores que considero importantes, como que esta vida es inmensamente valiosa, que este mundo es un lugar extraordinariamente bello y que debemos hacer lo posible para incrementar la cantidad de sabiduría en el mundo”. No parecen valores muy peligrosos.

Curiosamente, la trilogía se inspiró en la mecánica cuántica, una de cuyas intrigantes predicciones es que una partícula, mientras no se la observe, existe en varios estados a la vez (como el gato de Schrödinger, a la vez vivo y muerto). La interpretación clásica es que el acto de observar hace que estas posibilidades se “colapsen” en una sola. Pero en 1954 el físico estadunidense Hugh Everett presentó otra versión: al observar la partícula, el universo se divide en “ramas”, en cada una de las cuales se realiza una posibilidad predicha por las ecuaciones cuánticas.

La “interpretación de muchos mundos” de Everett ha ido ganando adeptos entre los físicos. En las novelas de Pullman aparecen mundos paralelos basados en ella (incluso aparece un físico que la menciona), y sus personajes logran pasar de uno a otro.

Más que propaganda anticristiana, La brújula dorada es una crítica al autoritarismo y a la confianza en soluciones mágicas. 

A mí me encantó.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

La función del cerebro

por Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 12 de diciembre de 2007


Si, como parece, el XXI será el siglo del cerebro, no sorprende que día con día se publiquen noticias que muestran cómo vamos descubriendo más y más detalles de su funcionamiento íntimo.

No sorprende, pero sí asombra, por la cantidad de hallazgos inesperados que nos muestran cómo ésta, la estructura más elaborada que existe en el universo, ha evolucionado para poder realizar las hazañas de procesamiento de información que percibimos como nuestra realidad y nuestro “yo” o conciencia.

Dos ejemplos recientes. Uno, la investigación realizada por el grupo de Ko Kobayakawa, de la Universidad de Tokio, y publicado en la revista Nature, que muestra que el olfato de los mamíferos funciona a través de un “mapa” en el que pueden distinguirse regiones dedicadas a distintos usos.

El bulbo olfatorio, en la parte baja del cerebro, concentra las señales provenientes de las neuronas del epitelio olfatorio, localizado en el interior de la nariz. Cada neurona olfatoria tiene receptores que detectan un tipo de sustancia que flota en el aire. Al encajar la molécula en el receptor adecuado, como una llave en su cerradura, la neurona envía un mensaje al bulbo olfatorio, y éste al cerebro, que finalmente produce la sensación de olor.

El artículo llegó a las noticias (MILENIO Diario, 14 de diciembre) porque los ratones a los que se les inactivó cierta zona del bulbo olfatorio perdieron el miedo ante el olor de depredadores (la foto mostraba a un ratoncito jugando amigablemente con un gato). Pero los ratones todavía podían aprender a temerle al gato, si se les entrenaba para ello. La verdadera importancia del estudio es que mostró que una zona del bulbo olfatorio permite que ciertos olores provoquen una respuesta innata de rechazo, mientras que otra puede detectar el mismo olor sin provocar tal respuesta, y puede servir para aprender respuestas nuevas.

Por su parte, Morten Kringelbach, de la Universidad de Oxford, reportó en un congreso datos preliminares que muestran que ciertas ondas cerebrales están asociadas directamente con la sensación subjetiva de dolor. Si se confirma, el hallazgo sería utilísimo para detectar cuándo un paciente sufre dolor, incluso aunque no pueda expresarlo, y para ayudar a combatirlo en quienes sufren dolores crónicos.

¿Qué nuevos detalles aprenderemos de cómo funcionan nuestros sentidos y las respuestas cerebrales que provocan?

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Derechos humanos

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 12 de diciembre de 2007


Varios lectores escriben para hacer patente su desacuerdo con lo dicho aquí la semana pasada: que la propuesta de castración química a violadores es una “peligrosa tontería”.

Quizá mi texto podía leerse como una defensa de los violadores. Nada más lejos de mi intención: soy el primero en pedir justicia implacable contra esos y otros criminales. Pero, contra lo que piensan Carlos Alazraki y el político para quien diseñó la campaña de “los derechos humanos no son para las ratas”, esta justicia no puede pasar por encima de los derechos de los criminales (sí: hasta ellos los tienen, nos guste o no). La Declaración Universal de los Derechos Humanos lo reconoce implícitamente. Artículo 5º: “Nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes”.

El Estado, si bien tiene obligación de utilizar los medios que sean necesarios (multas, cárcel…) para castigar a quienes infrinjan la ley, no tiene derecho a aplicar penas que vulneren la integridad corporal de los infractores, fisiológica ni anatómicamente. Por eso nos oponemos a las mutilaciones corporales, los azotes, la pena de muerte…

La ciencia ofrece razones para cuestionar la propuesta: se dice que la castración química es “reversible”, pero la afirmación es dudosa: es probable que deje secuelas, quizá graves. Más allá de eso, creer que un delito tan grave y destructivo como la violación es sólo producto de los “impulsos” irrefrenables del violador, y que puede controlarse sólo con hormonas es aplicar un reduccionismo biológico tan falso como simplista.

Los derechos humanos siempre son polémicos. Pensemos en los argumentos que los fumadores (como el siempre provocativo director de MILENIO, Carlos Marín) invocan para defender su “derecho humano” a fumar. Por supuesto, lo tienen, pero los efectos cancerígenos del humo de tabaco están comprobados más allá de toda duda, y como dicho humo se esparce, afecta a quienes no fumamos. Ellos tienen derecho a fumar (pero actúan irrazonablemente, al consumir un producto nocivo). Y nosotros tenemos derecho a no ser envenenados.

Mientras no se invente un cigarrillo que sólo desprenda humo hacia los pulmones del suicida (perdón, el fumador), el sagrado derecho a fumar tendrá que supeditarse al derecho a la salud de quienes no fumamos. ¡Ni modo! El tabaco hay que prohibirlo, y a los violadores hay que encarcelarlos, no mutilarlos

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Peligrosas tonterías

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 5 de diciembre de 2007


En una democracia, así sea incipiente como la nuestra, es necesario asumir que de vez en cuando se discutirán tonterías públicamente. Una de ellas, que no por tonta deja de ser preocupante, es la propuesta presentada por los priístas Tonatiuh González y Jorge Schiaffino en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal en noviembre pasado para aplicar la “castración química” a violadores y abusadores sexuales.

Absurda como es, no se levantaron demasiadas voces, ni demasiado fuertes, en su contra. Pareciera que el principio humano básico de que el Estado no puede interferir con la integridad corporal de los ciudadanos se ha olvidado (mientras que los ciudadanos sí pueden disponer de la integridad de su cuerpo, como lo reconoce la actual iniciativa para legislar el cambio de sexo… a la que por supuesto ya se opusieron el PAN y la iglesia católica). ¿Qué seguirá? ¿Lobotomía (química o quirúrgica) para criminales agresivos? ¿Cortarle las manos a los ladrones?

Confiemos en que la sensatez aparezca y prevalezca. Por lo pronto, la otra tontería publicada en los medios recientemente –la propuesta hecha por el Secretario de Salud José Ángel Córdova en el Congreso Nacional sobre VIH-sida, la semana pasada, de establecer la prueba de sida obligatoria para trabajadores sexuales y para quienes quieran contraer matrimonio– ya ha sido retirada. Eso habla bien del Secretario: aunque sigue haciendo propuestas obtusas (probablemente por estar basadas en una moral católica), va entendiendo que no puede imponerlas.

Pero tratemos de comprender un poco cómo surgió esta propuesta: Córdova afirmó que la prueba prematrimonial (la cual sigue defendiendo) sería una forma de combatir el creciente número de mujeres que se infectan de sida. Lo malo es que ni él ni sus asesores pensaron en las consecuencias de la medida: ¿se prohibiría el matrimonio a quien tenga sida?

Cuando un legislador o funcionario público hace una propuesta mal reflexionada, corre el riesgo de violar los derechos humanos, y ni siquiera darse cuenta… Y tanto la moral católica como la desinformación científica son pésimas consejeras para formular políticas públicas. Ya los expertos se encargaron de aclararle al Secretario de Salud que las pruebas prematrimoniales de sida son inútiles y discriminatorias. Me pregunto cuánto tardará alguien en aclarar la tontería de la castración química.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Prejuicios, prepucios y clones sin embriones

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 28 de noviembre de 2007


La noticia, publicada la semana pasada, de la creación de células madre humanas a partir de células de piel opacó por completo la comentada en la anterior entrega de esta columna (la obtención de células madre de un primate —macaco rhesus— a partir de embriones clonados, cosa que no había sido posible hasta ahora… aunque ya el coreano Woo Suk Hwang lo había anunciado, fraudulentamente, hace dos años).

¿Por qué opacaron las células de piel humana a las de primate?

Primero, porque son humanas. Y segundo, porque no son embrionarias. Obtener células madre sin usar tejido embrionario elimina las objeciones éticas que tanta discusión han causado. Inmediatamente el Vaticano echó las campanas al vuelo (no las de Catedral, por suerte): monseñor Elio Sgreccia, presidente de la Academia Pontificia para la Vida, declaró que el logro evitaría el “maquiavelismo ético” (sic) de “salvar la vida de una persona matando a otra”.

¿Dónde está el prejuicio? 

En pensar que el conjunto de 128 células que, luego de 4 días de fecundado el óvulo, forman la esfera hueca llamada blástula, de cuyo interior se obtienen las células madre, es una “persona”. Eso es excesivo y falso. A menos que se crea en un alma inmaterial, una blástula no es más “persona” que el prepucio que se le corta a un recién nacido en la circuncisión.

Y justo fueron células de prepucio y de piel fetal las que usó el grupo de James Thomson, de la Universidad de Wisconsin, mientras que el de Shinya Yamanaka, de la de Kioto, usó células de piel de adultos. Introduciendo cuatro genes en ellas, lograron que se “desdiferenciaran” y dieran origen a “células pluripotenciales inducidas”, que son muy similares a las células madre y pueden dar origen a células de cualquier tejido.

Ambos logros, publicados respectivamente en las revistas Science y Cell, son prometedores e importantes. Pero no hay que apresurar juicios. Para introducir los genes se utilizó un virus que causa mutaciones y cáncer, y parte de los tejidos obtenidos fueron de tipo tumoral. Esto plantea serias objeciones al uso médico de la técnica.

Las células pluripotenciales inducidas pueden evitarnos problemas éticos, pero quizá no sean la mejor solución. 

Preferirlas sólo porque no son embrionarias es expresión de un prejuicio que, tal vez, tengamos que superar.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Otra vez, clonación

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 21 de noviembre de 2007


La clonación vuelve a ser noticia, con la obtención de células madre embrionarias a partir de embriones clonados de macacos rhesus (Milenio Diario, 15 de noviembre), lograda por el grupo de J. Byrne, de la Universidad de Oregon, como se reportó en la revista Nature.

Se trata de clonación terapéutica, que busca producir células en cultivo, y no de la polémica clonación reproductiva, que genera un organismo completo (un clon). El logro es importante porque se trata de la primera clonación exitosa de células de primate, grupo al que pertenecemos los humanos, y porque muestra que los problemas que habían impedido lograrlo pueden superarse.

La obtención de células madre clonadas de primate involucró, primero, insertar el núcleo de un célula de un macaco adulto en un óvulo al que previamente se le extirpó el núcleo (la misma técnica con que se produjo a la oveja Dolly). Luego se logró que ese óvulo comenzara a dividirse, de acuerdo al desarrollo embrionario, hasta la etapa de blástula, que contiene las células madre. Finalmente, éstas se aislaron y cultivaron.

La dificultad para clonar embriones de primate radicaba en que, luego de insertar el núcleo, el óvulo no sufría la “remodelación” celular que le permitía reprogramarse y comenzar a dividirse adecuadamente. Esto se debía a que no se eliminaba una proteína del esqueleto nuclear llamada lamina. Byrne y su grupo pensaron que esto podría deberse a la técnica de clonación, que involucra el uso de un colorante y luz ultravioleta. Eliminando estos factores, lograron llevar a buen término el proceso con una alta eficiencia (de 16%).

¿Por qué es importante el logro? Porque abre la posibilidad de que pronto podamos tener células madre embrionarias clonadas de humanos. ¿Y por qué queremos tenerlas? Por varias razones. La más conocida es la posibilidad de que, a partir de ellas, podrían producirse tejidos y hasta órganos de “repuesto” para víctimas de enfermedades y accidentes, que se les podrían transplantar sin rechazo (pues serían genéticamente idénticos). Pero además de esta promesa lejana (producir los tejidos sería lento y caro), están las más realistas de realizar investigación básica usando estas células que permita curar o prevenir enfermedades, además de utilizarlas para probar medicamentos y adecuarlos a las características de los pacientes.

Posibilidades interesantes, que hoy parecen estar un poco más cerca.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Sin teta no hay buen IQ

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 14 de noviembre de 2007


El eterno debate entre natura y cultura continúa vivo. ¿Qué determina características humanas importantes como inteligencia, agresividad o salud mental: los genes o la educación?

Aunque muchos preferiríamos que los problemas en estos campos se corrigieran sólo con enseñanza o psicoanálisis, lo cierto es que la influencia de factores biológicos es cada día más clara. El tema de la inteligencia provoca debates especialmente acalorados, pero un estudio recién publicado en la revista Proceedings of the Nacional Academy of Sciences muestra en detalle que los genes, aunque son determinantes, interactúan con factores ambientales para producir sus efectos.

Está ya bien comprobado que los bebés que consumen leche materna –un factor “ambiental”– tienen un IQ más elevado que los que se criaron con leche “de fórmula”. El efecto (que, por cierto se prolonga hasta la edad adulta: ¡no hay duda de que la leche materna es mejor!) se debe básicamente a que la mayoría de las fórmulas carecen de ciertos ácidos grasos poliinsaturados que son importantes para el buen desarrollo cerebral (en especial el araquidónico, un omega-6, y el docosahexaenóico o DHA, un omega-3, que intervienen en la fabricación de las membranas de las neuronas y las envolturas de mielina que protegen las conexiones nerviosas).

En el estudio, coordinado por Avshalom Caspi, del King’s College de Londres, se analizó el ADN, las historias de vida y el IQ, a lo largo de varios años, de dos grupos: mil 37 niños en Nueva Zelanda y dos mil 232 niños ingleses. Se estudió el gen FADS2, relacionado con el metabolismo de los ácidos araquidónico y DHA.

Se encontró que sólo los niños que tienen una de dos variantes posibles (alelos) del gen podían beneficiarse de la leche materna. En los bebés que no presentaban ese alelo, el haber sido amamantados no influía en el IQ.

De modo que la respuesta a la pregunta “¿natura o cultura?” es “ambas”. Pero hoy comenzamos a entender los detalles moleculares de esta interacción: los genes son la infraestructura, que si no está presente impide aprovechar las oportunidades que ofrece el ambiente. Será importante tomar en cuenta este conocimiento para, por ejemplo, diseñar planes de alimentación que tomen en cuenta las diferencias individuales o de grupo.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Las vueltas del gusano

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 7 de noviembre de 2007


El reduccionismo biológico es uno de los fantasmas de la biología moderna (bien lo sabe James Watson). Y sin embargo, al estudiar las bases biológicas del comportamiento animal recordamos que, después de todo, la biología está en la base de todo lo que somos los seres vivos.

Un ejemplo es la búsqueda de alimento, fundamental para la supervivencia y, sobre todo, la reproducción. En las bacterias se ha descubierto que su conducta de nadar hacia el alimento -o quimiotaxis-, aunque podría parecer “inteligente”, es producto de un sistema completamente “mecánico” que acopla las señales de los receptores de la membrana con el nanomotor que se encuentra en la base de su órgano locomotor, el flagelo. Así, la bacteria nada en línea recta cuando detecta alimento cerca, y da tumbos al azar cuando no lo detecta. La alternancia de ambos modos de nado la llevan a acercarse poco a poco a su objetivo.

Pero las bacterias constan de sólo una célula. Para entender mejor la conducta de animales superiores, es mucho mejor modelo el gusano cilíndrico (o lombriz) de un milímetro Caenorhabditis elegans. Su estudio durante varias décadas, que mereció el Nobel de medicina en 2002, ha llevado al desciframiento de su genoma y a conocer cada una de las 1,031 células que lo forman.

Un estudio publicado la semana pasada en la revista Nature por el equipo de investigación de Sreekanth Chalasani, de la Universidad Rockefeller, describe cómo la búsqueda de alimento por Caenorhabditis está regida por sólo tres neuronas de las 302 que conforman su sistema nervioso.

La primera es una neurona olfatoria, llamada AWC, que se activa cuando deja de percibir un olor atractivo. Su señal llega a dos neuronas intermedias, AIB y AIY. AIB se activa al recibir la señal de AWC, y aumenta la probabilidad de que el gusano dé la vuelta al nadar (lo cual puede ayudarlo a encontrar comida). La función de AIY, en cambio, es disminuir la probabilidad de que el gusano se voltée. La señal de AWC inhibe a AIY: si no hay comida cerca, conviene buscar.

La influencia de estas tres neuronas es probabilística, no determinista, y eso da flexibilidad al comportamiento del gusano. Otras neuronas influyen en la dirección del nado. Pero queda claro que comenzamos a entender en detalle los circuitos nerviosos que controlan comportamientos animales básicos.

¿Qué descubriremos más adelante?

miércoles, 31 de octubre de 2007

En defensa de Watson

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 31 de octubre de 2007


Más de un lector me ha escrito para extrañarse de la severidad del juicio que expresé la semana pasada respecto a las infortunadas declaraciones de James D. Watson sobre la relación entre IQ y raza, que tanto revuelo causaron, y por las que Watson mismo está pagando un precio que seguramente nunca previó.

Y es que resulta difícil, y hasta doloroso, creer que un científico de su estatura e intelecto haya hecho declaraciones tan torpes. El mismo Watson, en un artículo publicado en The independent después del escándalo, se asombra de sí mismo: “si dije lo que se me citó diciendo, sólo me queda admitir que estoy atónito”.

James Watson es, debo decirlo, uno de mis ídolos. Y por buenas razones. Además de descubrir, con Francis Crick, la estructura en doble hélice del ADN (la molécula más bella, y quizá la más importante, del mundo), durante más de 50 años ha sido un científico influyente y creativo. Coordinó el Cold Spring Harbor Laboratory, uno de los más importantes centros de investigación en genética y biología molecular, durante casi 40 años (tristemente, el escándalo lo obligó a retirarse) y promovió y encabezó el Proyecto del Genoma Humano.

Ha escrito varias excelentes autobiografías. La doble hélice, que tantas vocaciones ha despertado; Genes, chicas y laboratorios, y la reciente Avoid boring people. También es autor de varios increíblemente exitosos (y buenísimos) libros de texto: Biología molecular del gen, que revolucionó la enseñanza de la genética al adoptar la entonces novedosa visión molecular, y décadas después, fruto de un trabajo de equipo, la Biología molecular de la célula. Ambos son clásicos, leídos por estudiantes de ciencia en todo el mundo.

Por todo eso duele ver que Watson, quien se enorgullece de “nunca avergonzarse de decir lo que creo que es la verdad”, haya llevado su costumbre al extremo de autodestruirse.

Tiene razón al afirmar que el estudio de las bases biológicas de la inteligencia, y su relación con las distintas poblaciones humanas, no debe ser confundido con el racismo. Pero se equivoca al insinuar que la genética es toda la explicación (o la más importante), y al olvidar que, además de la genética, la cuestión de la inteligencia tiene aspectos éticos, sociales y culturales. Qué triste que este gran hombre vaya a pasar a la historia como “Watson el racista”.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Dos viejos tontos

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 17 de octubre de 2007


Ser científico no quita lo pendejo.

No puedo decir otra cosa cuando escucho a Fred Alan Wolf, físico-merolico conocido como “Dr. Quantum”, afirmar que uno puede cambiar la realidad con sólo desearlo.

En entrevista en radio nacional, parte de una gira de conferencias en que promueve las charlatanerías new age de las películas ¿Y tú qué sabes? y El secreto, Wolf afirmó que, como la mecánica cuántica muestra que un observador puede influir en el estado de partículas como electrones o fotones, lo mismo ocurre a nivel macroscópico: uno puede dejar ser gordo, feo o pobre con sólo decidirlo.

Pero la física cuántica avanza, y hoy la teoría de la decoherencia elimina la necesidad de un observador para explicar los extraños fenómenos cuánticos. Además, siempre se ha sabido que es imposible que estos fenómenos se manifiesten fuera del nivel subatómico.

¿Es Wolf un embaucador? Prefiero creer que es un científico que sinceramente cree en las ideas equivocadas. Pero el hecho es que él y sus colegas ganan dinero gracias a la credulidad de ciudadanos ávidos de encontrar soluciones a los problemas de la vida.

Algo similar ocurre con James D. Watson, codescubridor de la doble hélice del ADN y Premio Nobel, quien se ha ganado —nuevamente— el repudio público por hacer declaraciones sinceras y quizá correctas, pero excesivamente provocativas, miopes y profundamente ofensivas para la opinión pública.

El 14 de octubre, en entrevista con el Sunday Times, Watson declaró que la inteligencia de los negros es menor que la de los caucásicos, y que hay que tomar esto en cuenta para tratarlos con justicia.

Y es que, al parecer, hay datos sólidos que muestran que en pruebas de IQ los africanos tienden a obtener menos puntos que los caucásicos (y éstos que los orientales). Pero sólo una visión simplista y biologicista brincaría a una conclusión como la de Watson. Antes hay mucho que discutir, incluyendo si existen las razas, qué son la inteligencia y el IQ, y para qué los queremos medir.

Hoy Watson sufre las consecuencias de sus bien intencionadas, pero desafortunadas e imprudentes declaraciones: la cancelación de una gira de charlas en Inglaterra sobre su nuevo libro, la suspensión de sus funciones en el laboratorio donde trabaja desde hace décadas, y quizá lo más grave: el descrédito internacional.

Lo dicho: ser científico, aunque se tenga un Nobel, no quita lo pendejo.

miércoles, 17 de octubre de 2007

En efecto, falsa ciencia

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 17 de octubre de 2007


Se duele Fernando Solana Olivares (MILENIO Diario, 12 de octubre) de la opinión personal que publiqué sobre una de sus columnas (7 de septiembre) en la que afirmaba que “en el nivel subatómico… existe una manifestación de la conciencia” con la que, según él, se puede comunicar mediante la meditación.

Desafortunadamente no menciona que la publiqué en un blog personal, no en una columna periodística. En el blog comento “cosas inútiles pero interesantes”, y me pitorreo de lo que me parece ridículo, con el tono irrespetuoso de una charla de café (que nunca usaría en MILENIO). Tampoco menciona que en otra entrada del blog (17 de septiembre) elogio otra de sus columnas, donde habla sensatamente del debate sobre los medios.

Pero mi opinión se sostiene. Solana critica el “lugar común semiilustrado” de denostar los libros de autosuperación… y a continuación nos receta una serie de contradictorios lugares comunes sobre la ciencia.

Habla de “los sacristanes científicos (que) practican un pensamiento reductivo”, pero ¿puede haber algo más reductivo (y simplista) que pensar que la conciencia humana surge de la de los átomos?

Denuesta el “lamentable papel de la ciencia-técnica moderna: mercantilista, amoral, responsable de la era industrial y de sus horrores químicos, físicos, médicos, ambientales, económicos y sociales”. Pero no menciona los beneficios indudables —y mucho más numerosos— que la ciencia nos ha dado.

Apela al supuesto “misticismo” de grandes científicos... que ellos mismos se encargaron de negar. Schrödinger escribió: “Dios debe quedar fuera del marco del espacio-tiempo. ‘No encuentro a Dios en el espacio ni en el tiempo’, dice el físico sincero”. Y Einstein aclaró que su famoso sentimiento religioso no era de tipo místico, sino sólo consecuencia de su “admiración ilimitada por la estructura del mundo, según nos la puede revelar nuestra ciencia”.

Entendemos muy bien a los átomos. Pensar que tienen conciencia es ignorar el auténtico conocimiento científico, prefiriendo menjurjes seudocientíficos que mezclan ciencia y pensamiento mágico. La búsqueda de la espiritualidad es válida, como cualquier otra empresa humana. Lo inaceptable es vender como auténtica la falsa ciencia que busca espíritus en átomos, energías y vibraciones que no son más que manifestaciones del universo físico.

miércoles, 10 de octubre de 2007

¡Ahí viene la Iglesia!

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 10 de octubre de 2007

En Managua, la policía dispersa con violencia a manifestantes que protestaban porque la Asamblea Nacional prohibió, tras presiones católicas y protestantes, el aborto terapéutico, decisión arbitraria que condena a muerte a numerosas mujeres (Reforma, 5 de octubre). Una muestra de lo que pasa cuando las creencias religiosas se usan como criterio para decidir en temas de salud y bienestar social.

Mientras tanto en México la jerarquía católica, apoyada por el Vaticano y el Colegio de Abogados Católicos, exige “libertad religiosa plena” y promueve una reforma constitucional a los artículos 3, 24 y 130, con objeto de impartir educación religiosa en las escuelas, que las iglesias puedan poseer estaciones de radio y tv y los ministros religiosos puedan asociarse con fines políticos, ser votados a puestos de elección, oponerse a leyes del país, realizar proselitismo... En realidad no se busca libertad religiosa, que ya se tiene, sino echar atrás el concepto de sociedad laica.

Hay buenas razones, sociales e históricas, para tener las leyes que tenemos. Una es que sufrimos ya una guerra civil, la cristera (1926-1929) ocasionada por la oposición entre Iglesia y Estado: no queremos que pueda repetirse. Otra es que los ministros católicos le deben obediencia al jefe de un Estado extranjero (el Vaticano), por lo que ser funcionarios públicos los llevaría a un conflicto de intereses.

Pero quizá lo más importante es que, a diferencia del pensamiento científico, que fomenta el espíritu crítico y exige pruebas que sustenten lo que se afirma, la educación religiosa promueve la fe: creer algo, por absurdo que sea, sin necesidad de pruebas. Por algo la Constitución exige una educación a la vez laica y científica: se trata de dar a los ciudadanos herramientas útiles en una democracia. La religión pertenece naturalmente al ámbito de lo privado.

Como aclara el especialista en relaciones Iglesia-Estado Roberto Blancarte ayer en MILENIO Diario, la actuación de la Iglesia católica es eminentemente política. Y como señaló Claudia Ruiz Arriola el viernes en Reforma, “la democracia católica... es una contradicción en términos. La democracia niega, por principio, los dogmas sobre los que asienta su poder terrenal la Iglesia católica: la existencia de una verdad absoluta y la infalibilidad de una persona.”

Parece increíble que haya que tener nuevamente ese debate.

miércoles, 3 de octubre de 2007

Ética y naturaleza

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 3de octubre de 2007


Hay unas avispas con una costumbre que a los humanos nos parece brutal: a la hora de reproducirse, buscan una oruga gorda y saludable, le caen encima y la paralizan con su aguijón. Luego depositan en ella sus huevecillos. Cuando las larvas nacen, se comen viva a la oruga que, inmóvil, se convierte en una fuente de carne fresca y abundante.

¿Monstruoso? Al respecto, Charles Darwin escribió: “No puedo convencerme de que un Dios benévolo y omnipotente hubiera creado a propósito a las [avispas] Ichneumonidae con la intención expresa de que se alimentaran con los cuerpos vivos de las orugas”. Hoy diríamos que Dios, en caso de existir, no tuvo nada que ver. Pero ello no impide que nos horroricemos ante éste y otros ejemplos de lo despiadada que puede ser la naturaleza.

Y los ejemplos no escasean: otras orugas son parasitadas por una pequeña lombriz, o nemátodo, en cuyo intestino a su vez vive la bacteria Photorhabdus luminiscens. Cuando el nematodo entra en la oruga, vomita a las bacterias, que liberan toxinas que la paralizan y literalmente la disuelven por dentro, convirtiéndola en un caldo nutritivo dentro de su propio pellejo. En ese caldo el nemátodo se reproduce, y sus crías son a su vez infectadas por Photorhabdus, para luego salir a parasitar otras orugas, con lo que el ciclo se repite.

Existen también casos de fratricidio entre aves: los primeros polluelos que salen del cascarón agreden a picotazos a los más jóvenes, llegando a matarlos o a expulsarlos del nido.

Y entre leones, cuando los machos alfa destronan a un macho más viejo o enfermo, suelen matar a los cachorros que aquél haya procreado con las hembras de la manada, para luego fecundarlas y dejar su propia descendencia, eliminando a la de su antecesor, al más puro estilo de Shakespeare.

Uno podría, como Darwin, escandalizarse al ver que la naturaleza “tolera” estos comportamientos. Pero recordemos que la moral y la ética son fenómenos exclusivamente humanos. Así como no decimos que una supernova o un terremoto son “crueles”, no tiene sentido juzgar el comportamiento animal con criterios humanos. La naturaleza, finalmente, no es moral ni inmoral: sólo es. En todo caso, podríamos decir que es amoral. Lo cual no quiere decir, claro, que el ser humano tenga que serlo.

miércoles, 26 de septiembre de 2007

Traficantes subterráneos

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 19 de septiembre de 2007

La ciencia siempre sorprende. Una y otra vez, lo que se creía bien sabido resulta erróneo o incompleto.

Algo “que todos saben” es que las plantas producen su propio alimento por fotosíntesis, usando energía solar para convertir agua y dióxido del carbono en carbohidratos. Pero hoy se conocen plantas parásitas, como las orquídeas. que se alimentan de otras plantas.

Otra cosa que se sabía era que los hongos eran plantas… pero a pesar de su aspecto sugestivamente vegetal, resultan ser organismos parásitos, incapaces de fabricar sus alimentos.

Hoy los hongos tienen su propio apartado en el esquema de cinco reinos de seres vivos (plantas, animales, hongos, protozoarios y bacterias). Su cuerpo está constituido por filamentos microscópicos. En los bosques crecen bajo el suelo, formando extensas redes (los champiñones que vemos son sólo sus órganos reproductivos). Hay hongos individuales que llegan a pesar varias toneladas.

Algunos hongos viven estrechamente ligados a las raíces de plantas, formando simbiosis llamadas micorrizas (“raíz de hongo”). Los filamentos del hongo se unen a los pelillos de las raíces, aumentando su superficie y su capacidad de absorber agua y minerales. La planta, a su vez, proporciona al hongo hasta 40% de los nutrientes que fabrica. Así, ambas especies se benefician.

Pero en un reportaje de la revista Nature (13 de septiembre), John Whitfield comenta evidencia del caso inverso: plantas que se comen a los hongos de sus micorrizas. ¿De dónde saca el hongo los carbohidratos? La explicación es que las redes de micorrizas conectan muchas plantas de varias especies. Un árbol alto que recibe mucha luz puede donar carbohidratos a los hongos del subsuelo, que a su vez los movilizan hacia plantas que crecen en la sombra y no logran fabricar alimento suficiente.

El sentido evolutivo de este tráfico ilegal de carbohidratos es misterioso, pero podría explicarse si la plantita es un retoño del árbol maduro, que estaría así ayudando a sus descendientes. Otra posibilidad es que plantas que crecen rápido en primavera “subsidien” a las que crecen lento, y éstas les regresen el favor en otoño.

El descubrimiento, si se confirma, cambia nuestra concepción de las relaciones ecológicas que rigen el crecimiento de los bosques. Los hongos, con su tráfico subterráneo, ayudan a explicar la economía de la naturaleza.

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Músculos vivos para robots

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 19 de septiembre de 2007

El futuro de la tecnología parece estar irremediablemente ligado a la biología.

Hasta hace poco, eran los aparatos mecánicos y electrónicos, diseñados por ingenieros, los que auxiliaban a los sistemas biológicos: prótesis o sillas de ruedas para minusválidos; dispositivos biomecánicos para personas con daño en la médula espinal; exoesqueletos robóticos que aumentan la fuerza de un individuo mediante motores y poleas. Hasta hoy todos los robots se mueven mediante motores, cada vez más precisos, eficientes y pequeños. Pero un artículo publicado el 7 de septiembre en la revista Science permite intuir en un futuro el nacimiento de la biorrobótica.

Kevin Parker y sus colegas, de la Universidad de Harvard, describen el desarrollo de capas delgadas (películas) de células musculares de corazón de rata cultivadas sobre un material flexible llamado siloxano. Las células se aíslan, se “siembran” sobre el material, en un medio nutritivo, y se cultivan durante 4 a 6 días a 37 grados.

Cuando las células han formado una capa plana y se han conectado entre sí, como en el tejido cardiaco, la película se puede recortar, para darle formas diversas: tiras alargadas, triángulos, o formas ligeramente más complejas.

Lo interesante es que cuando se estimula eléctricamente a las células, éstas se contraen en forma sincronizada. Así, una tira larga puede enrollarse y formar un tubo en espiral; otra, en forma de serpentina, puede apretarse, lo cual permitiría aplicarla para formar conductos que muevan líquidos en su interior, en forma similar a las contracciones peristálticas que mueven el alimento dentro del intestino. Y una tira puntiaguda, con forma de hoja, se arquea hasta que sus extremos se tocan, formando el prototipo de unas pinzas sencillas.

Se diseñaron también artefactos sencillos, de unos cuantos milíme-tros, que pueden desplazarse: una tira enrollada en forma de clip que extiende un “pie” para impulsarse en una superficie, y un triángulo que puede “nadar” al contraer y extender sus puntas.

La técnica es aún primitiva, pero ¿quién sabe? Quizá con el tiempo se aprenda cómo mantener vivas y alimentar continuamente a películas musculares de este tipo para fabricar robots biomecánicos, que harán realidad las predicciones de los escritores de ciencia ficción.

miércoles, 12 de septiembre de 2007

Fuera del cuerpo

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 12 de septiembre de 2007
El dualismo —la idea de la existencia de un alma distinta y separable del cuerpo— está presente en religiones, en la filosofía de Descartes y en charlatanerías new age. Los testimonios van desde los “viajes astrales” de místicos y chamanes o las “experiencias extracorpóreas” de personas al borde de la muerte, hasta la “exteriorización” que la Iglesia de la Cienciología vende como prueba de que “no somos nuestro cuerpo”.

Existe amplia evidencia, sin embargo, de que la sensación de estar “fuera del cuerpo” puede ser provocada por estados neurofisiológicos anormales producto de cirugías, infartos, ataques epilépticos o el uso de drogas.

Y la explicación no es que el alma se salga del cuerpo, sino que la totalidad de nuestra experiencia consciente es un producto muy elaborado del procesamiento cerebral. Este procesamiento puede ser alterado por distintos factores y producir sensaciones tan sencillas como una ilusión óptica o tan extrañas como vernos desde afuera, sin que eso implique que tales experiencias sean reales.

Un reciente experimento realizado por Henrik Ehrsson, del Instituto Karolinska, en Suecia, y publicado en la revista Science (24 de agosto) muestra cómo, con estímulos visuales y táctiles, se puede lograr que una persona experimente una sensación de estar fuera de su propio cuerpo.

Se le colocó a los sujetos un visor estereoscópico conectado a un par de cámaras atrás de su cabeza: lo que veían era precisamente lo que verían si estuvieran sentados atrás de sí mismos. Aunado a esto, el investigador los tocaba en el pecho, sin que las cámaras lo vieran, y al mismo tiempo simulaba estimular el pecho del “observador virtual”, debajo de las cámaras.

Resultado: los sujetos tuvieron una fuerte sensación de estar sentados donde estaban las cámaras, viéndose desde atrás. Y si se simulaba “golpear” el pecho virtual, varios de los sujetos se agachaban para evitar el golpe.

Además de comprobar el potencial que tiene nuestro cerebro para generar “realidades virtuales” (de hecho, cotidianamente vivimos en una de ellas) a partir de la información que recibe de los sentidos y de sus propias expectativas, quizá la investigación de Ehrsson sea útil para mejorar la tecnología de control remoto, por ejemplo, para cirugías a distancia. Nada mal, para una investigación que roza lo “místico”.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

La Iglesia en la SEP

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 5 de septiembre de 2007

El 10 de agosto, Carlos Monsiváis y Jenaro Villamil deploraban en La jornada la comparación que hizo el gobernador de Jalisco entre el reparto de condones y “dar vales para el motel”, y criticaron que un libro de biología para secundaria aprobado por la SEP incluya este párrafo: “Los adolescentes que han vivido de acuerdo con lo que señalan estas campañas (de abstinencia sexual) han obtenido resultados satisfactorios, retrasando o evitando el contagio por VIH y otras enfermedades”.

“¿Retrasando? ¿La abstinencia puede nada más retrasar la infección? ¡Qué notable!”, ironizan Monsi y Villamil. Entre los autores del libro (Cedillo, Mota, Bonfil y Garay) está mi hermana, bióloga. Investigando en internet, hallé, en la página de la Coalición para la Participación Social en la Educación (COPASE), un dictamen sobre este libro, firmado por Alejandra Huerta-Zepeda, investigadora asociada del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM. En él se incluye la siguiente “redacción alternativa”: “Se han organizado a nivel internacional campañas de abstinencia sexual para evitar el contagio… Los adolescentes que han vivido estas campañas han obtenido resultados satisfactorios, retrasando el contagio con VIH u otras enfermedades.”

Resulta que la SEP requirió que el inquietante párrafo fuera incluido en el libro por la editorial. La COPASE, agrupación que ha hecho campaña para evitar que la educación sexual mencione el coito, la masturbación o la homosexualidad, se convierte así de hecho en asesora de la SEP.

Como puede verse claramente en su página web (www.copase.org), la intención de COPASE es incorporar los valores de la iglesia católica en la educación secundaria. Aunque nunca menciona explícitamente la religión, un video no fechado disponible en una página paralela (www.coalicion.net) muestra al “investigador” Rodrigo Guerra afirmando que la finalidad de los “dictámenes técnicos” sobre los libros de texto es “generar materiales que pudieran ser útiles en un litigio”. Hace referencia a “ONGs de inspiración cristiana” que forman parte de la coalición, y destaca que los dictaminadores son “peritos científicos de fe católica sólida”.

Preocupa que una investigadora de la UNAM se preste a difundir como científicos conceptos erróneos basados en una moral religiosa. Preocupa que la SEP imponga a las editoriales los dictámenes de una coalición religiosa, vulnerando la educación pública laica que exige la Constitución.

POSDATA:

En la versión publicada de esta columna no hubo espacio, pero quiero incluir aquí una cita de la columna Litóbolos titulada "Cartas a la cigüeña" (El financiero, 14/agosto/2007), de mi amigo Fedro Carlos Guillén, autor de otro de los libros de biología para secundaria aprobados por la SEP:

"...Hace no mucho se armó una polémica asociada a los nuevos libros de biología para la escuela secundaria. El hecho me consta de primera mano porque soy autor de uno de los siete textos autorizados por la SEP. Durante el proceso fui mudo testigo de la forma en que grupos conservadores presionaron con el fin de que los niños mexicanos no supieran que las relaciones sexuales las puede tener gente del mismo sexo y mucho menos que se enteraran de un concepto tenebroso llamado masturbación, a través del cual el demonio posee los cuerpos débiles y los abandona a los placeres de la carne.
En algunos estados los libros de plano no se repartieron, ya que las buenas conciencias pensaron (lo anterior es un eufemismo) que la corrupción de menores empieza en la escuela y en otro estado (lo juro) se organizaron quemas de libros. Uno se pregunta si esta mochería rampante tiene cabida en un país que cabalga en pleno siglo XXI, pero la triste respuesta es afirmativa. Es por ello que desde esta humilde tribuna propongo que realicemos una expedición masiva hacia Europa y Asia (el hábitat de la cigüeña blanca) para capturar algunas docenas de estos bichos y entrenarlos en el zoológico de Chapultepec para que se encarguen de llevar a niños recién nacidos a sus nuevos hogares. Será menester que estas criaturas nazcan por medio de probetas, para así evitar contactos sexuales en la población, que, como se sabe, son un pecado de los más mortales que existen."

miércoles, 29 de agosto de 2007

Sexo por placer

Martín Bonfil Olivera
Publicado en Milenio Diario, 29 de agosto de 2007

Para las culturas de herencia católica, el sexo es tradicionalmente pecaminoso. En México la educación sexual en los libros de texto sigue siendo evaluada con criterios medievales que exaltan la abstinencia, condenan todo lo que “incite” a los jóvenes a tener relaciones sexuales (como si fuera necesario) y se resisten a mencionar la masturbación, el sexo no reproductivo, las opciones sexuales o el aborto. El sexo sólo parece ser aceptable si produce hijos.

Pero el mundo real no obedece ideologías. Los jóvenes siguen los impulsos hormonales, las mujeres recurren al aborto –aunque al menos, en el DF, pueden hacerlo con seguridad– y, en general, la gente aprovecha su sexualidad como una forma de comunicarse, de expresar amor, o de simplemente buscar un bien merecido placer.

De vez en cuando, sin embargo, el progreso científico-tecnológico revoluciona la forma en que gozamos el sexo. El condón y los antibióticos comenzaron a liberar a hombres y mujeres del temor a embarazos o infecciones. Y la píldora anticonceptiva, desarrollada en 1951 por Syntex, en México, desató una verdadera revolución sexual, que continúa hasta hoy.

Recientemente, en Costa Rica, pude escuchar una charla de Carl Djerassi, químico austriaco-norteamericano responsable de la obtención de la píldora, a partir del barbasco. Djerassi –un vital hombre de 83 años– ha reflexionado sobre la influencia de la tecnología reproductiva en la sociedad y la sexualidad. Si los anticonceptivos nos permiten tener sexo sin reproducción, afirma, hoy las técnicas de reproducción asistida, como la fertilización in vitro, nos permiten tener reproducción sin sexo.

¿Qué efecto tendrá la separación de sexo y reproducción? Djerassi predice que las mujeres jóvenes buscarán congelar sus óvulos para continuar con su vida profesional sin prisa por tener hijos y sólo más tarde, al hallar una pareja adecuada, usarán su esperma para concebir un hijo. Hay quien teme que esto pudiera dañar la institución familiar, pero Djerassi disiente: al contrario, las tecnologías reproductivas harán que disminuyan los abortos, pues no habrá tantos embarazos no deseados, carreras interrumpidas ni parejas a la fuerza. Djerassi explora estas y otras cuestiones en su obra de teatro Inmaculada concepción furtiva (Fondo de Cultura Económica, 2002). Vale la pena echarle un vistazo.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Leer los recuerdos

Martín Bonfil Olivera
publicado en Milenio Diario, 22 de agosto de 2007

La memoria es uno de los enigmas del cerebro. No hay duda de que se trata de un proceso físico —pensar lo contrario sería caer en el misticismo—, pero su funcionamiento detallado ha resultado elusivo.

Joe Tsien, investigador chino de la Universidad de Boston, se hizo famoso en 1999 por desarrollar una variedad de ratones que aprendían más rápido y recordaban más tiempo lo aprendido (por ejemplo, un laberinto). Lo logró manipulando sus genes para que produjeran en exceso una proteína que permite a las neuronas recibir las señales químicas (neurotransmisores) de otras neuronas.

Tsien no quedó satisfecho, y —según narra en Scientific american de julio— quiso saber qué es precisamente la memoria. Estudió el cerebro de ratones insertándoles electrodos para monitorear simultáneamente la actividad de más de 200 neuronas en el hipocampo, área crucial para el almacenamiento de información.

Como los recuerdos relacionados con experiencias perturbadoras son vívidos y duraderos, Tsien sometió a los ratones a caídas en un pequeño elevador o a breves temblores simulados en una jaula, mientras monitoreaba las reacciones de sus neuronas. La cantidad de datos era abrumadora, así que tuvo que utilizar avanzadas técnicas matemáticas para procesarlos e interpretarlos.

Los resultados fueron notables: Tsien pudo ver cómo ciertos grupos de neuronas (que llamó “pandillas”) pasan, cuando experimentan el movimiento o al recordarlo, de un estado de reposo a estados bien definidos asociados a experiencias de “temblor” o de “caída”. Estas pandillas neuronales se relacionan de forma jerárquica, piramidal: en la base están neuronas que reaccionan a cualquier movimiento brusco; en medio las que distinguen caídas y temblores, y en la punta, las que se asocian con cada experiencia particular.

Los métodos de Tsien incluso le han permitido “leer” los recuerdos de los ratones, interpretando digitalmente la actividad de sus neuronas. Así ha podido “adivinar” qué experiencia han sufrido ratones distintos.

Se comienza así a entender el código con que el cerebro de los mamíferos almacena recuerdos. Un día este conocimiento podría permitirnos mejorar el aprendizaje, combatir problemas de memoria o saber si una persona en estado vegetativo tiene actividad mental. Tal vez la lectura de la mente no esté tan lejos…

miércoles, 15 de agosto de 2007

Bebés colonizados

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 15 de agosto de 2007

El ser humano tiende a vanagloriarse de su superioridad sobre los demás organismos del planeta (herencia que en parte le debemos al cristianismo, con su mito del “rey de la creación”, hoy afortunadamente rebatido por una necesaria cultura de protección de la biodiversidad).

Nuestra supervivencia depende de otras especies para obtener el oxígeno que respiramos y el alimento que consumimos. Y no sólo eso: no hay ejemplo más dramático de nuestra íntima interrelación con otros seres vivos que el de las bacterias que habitan normalmente en nuestro intestino. Uno pensaría que tener bacterias, con su fama de causar de enfermedades, colonizando nuestras tripas no es de lo más sano. Pero lo normal es que haya muchísimas: constituyen un verdadero ecosistema, formado por unos 100 billones de células bacterianas de 400 especies distintas (¡diez veces más que el número total de células humanas que conforman nuestro cuerpo!).

Gracias a ellas podemos digerir nuestra comida, producen algunas vitaminas y son incluso necesarias para el buen desarrollo de nuestro intestino y sistema inmunitario. Simplemente, no podríamos vivir sin ellas. Se puede decir, sin exagerar, que un ser humano es él y sus bacterias.

Por ello es importante el estudio realizado por un equipo de investigadores de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, dirigido por Patrick Brown, y publicado en el número de julio de la revista PLOS Biology. Describe cómo el intestino de 14 bebés estudiados es colonizado por bacterias desde que son recién nacidos (el vientre materno es un ambiente estéril) y a lo largo de su primer año de vida. Sus resultados son un importante primer paso para entender la ecología de esta importante simbiosis.

Contrario a lo que afirman los libros de bacteriología, la colonización de los intestinos infantiles no es ordenada, sino caótica: la diversidad de especies de cada bebé es única, y parece depender de encuentros fortuitos del bebé con bacterias de su ambiente (en el canal vaginal de su madre, en su leche, en el aire, en sus primeros alimentos…).

Sin embargo, al cabo de un año la microbiota intestinal de los bebés comienza a parecerse a la de un adulto normal. A pesar del comienzo azaroso, al final parece que las especies mejor adaptadas a vivir en nuestro intestino predominan. La evolución de nuestra simbiosis no es, finalmente, tan azarosa.

miércoles, 8 de agosto de 2007

Un cerebro despierta

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 8 de agosto de 2007

Para Raúl, por 15 años de amor

Somos nuestro cerebro, no cabe duda. Los constantes avances de la neurobiología lo confirman. Pacientes con alteraciones cerebrales ven afectadas, inevitablemente, las funciones mentales que consideramos más característicamente humanas: la memoria, el habla, el pensamiento.

Caso extremo es el mal de Alzheimer, que destruye el alma, entendida de la única forma en que puede entenderse. No como esencia inmaterial que anima al cuerpo, sino como la asombrosa función emergente del cerebro, esa red de redes neuronales que nos permite ser conscientes del entorno y de nosotros mismos.

Las funciones mentales superiores, como la conciencia, son producto del funcionamiento de la capa externa, evolutivamente novedosa, del cerebro: la corteza, tan arrugada en el ser humano.

Las capas más internas y antiguas del encéfalo se ocupan de funciones más básicas, como los movimientos reflejos o la respiración (y, sorprendentemente, de las emociones).

Evolutivamente, el yo, la conciencia, surge con la aparición de cerebros capaces de "despertar": hacerse conscientes, a diferencia de los cerebros que reaccionan a estímulos del entorno, sin "darse cuenta" de lo que hacen. Pero la conciencia no es permanente: la perdemos diariamente al dormir, y accidentes o enfermedades pueden ocasionar su desaparición total o por periodos largos.

En un coma, no hay respuesta a ningún estímulo. En el llamado "estado vegetativo persistente" hay respuesta a ciertos estímulos, así como movimientos oculares y corporales, pero sin conciencia. En los llamados "estados mínimos de conciencia" el paciente puede mostrar momentáneamente señales de actividad organizada, pues al menos parte de su corteza llega a despertar y funcionar.

La revista Nature reportó la semana pasada (MILENIO, 2 de agosto) el caso de un paciente en condiciones favorables que pudo despertar, luego de 6 años en un estado mínimo de conciencia, gracias a la inserción de electrodos que estimulan eléctricamente regiones de su hipotálamo que se conectan con la corteza y participan en el mecanismo del despertar.

La promesa terapéutica es grande, aunque se trata sólo de un caso, y con resultados limitados. La lección mayor es que las neurociencias comienzan a responder algunas de las preguntas que más han inquietado a los filósofos.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Cuando nos observan

Martín Bonfil Olivera
1 de agosto de 2007

Cuando, hace poco, una personalidad pública me comentó que iba a leer regularmente esta columna, me sentí incómodo: ¿podría seguir escribiendo con libertad? Decidí ignorar en lo posible tal inquietud, pero me avergoncé un poco por mi inseguridad. Sin embargo, un artículo publicado el 27 de julio en la revista Science —y comentado en MILENIO Diario —revela que mi reacción fue de lo más natural.

En él, los investigadores alemanes Manfred Milinski y Bettina Rockenbach resumen distintas investigaciones que revelan que el comportamiento de los animales (peces, aves, mamíferos, humanos…) se altera cuando se saben observados. El comportamiento tiende a volverse menos egoísta —que sería lo esperable normalmente— y más altruista cuando algún congénere nos vigila.

Las razones tienen que ver con la “reputación”: en muchas especies, el rango social de un individuo se juzga por su comportamiento. Además, ser egoísta puede ser castigado en ciertas comunidades. Por ello, fingir puede ser beneficioso para un individuo. Esto desata una “carrera armamentista” en la que quien observa a los otros intenta no ser visto, para evitar que la conducta se disfrace. El individuo observado, por su parte, intenta descubrir si lo espían, pero finge no haberlo notado, para que el espía piense que está observando un comportamiento natural.

Este juego, comentan los autores, se presenta también en comunidades humanas. Es posible que el solo hecho de tener la mirada de alguien observándonos –así sea en una foto– baste para hacer que nuestro comportamiento sea más altruista. Algo para pensar…

¡Mira!

Carlos Marín se burló ayer, en su columna de Milenio Diario, de que Marcelo Ebrard tome en serio a Al Gore. “Lo del ‘calentamiento global’ —dice— se ha convertido en una religión de la que Gore viene a ser el Sumo Sacerdote”.

Es cierto: existen todavía escépticos acerca de que el calentamiento sea causado por los gases de invernadero de origen humano; pero ya nadie en la comunidad científica duda de que el calentamiento sea real. Si aplicamos el principio de precaución al usar el cinturón de seguridad o al exigir pruebas de que los alimentos transgénicos son inocuos, debemos aplicarlo ante la posibilidad —casi certeza— de que las actividades humanas estén alterando el ambiente.

Es lo más razonable, aunque sea incómodo.

miércoles, 25 de julio de 2007

Cultura tramposa

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 25 de julio de 2007

En mi anterior colaboración me referí a la llamada “cultura de la vida”, defendida por el Vaticano y la Iglesia católica, tachándola de “tramposa”. Explico mi uso del adjetivo.

La primera trampa se basa en una lógica deficiente, pero usual. Si la ideología vaticana es “cultura de la vida”, parece que quien se oponga a ella defiende lo opuesto, la “cultura de la muerte”. Por supuesto, no existe tal cosa, y lógicamente no tiene sentido (oponerse a un extremo no es defender el extremo contrario: combatir la gordura no es promover la anorexia). Pero el truco funciona: hace pensar que defender la libertad de cada ciudadano para decidir sobre su propio cuerpo es inmoral.

El papa Juan Pablo II es claro: describe la “cultura de la vida” como “la defensa de la vida humana” y aclara, en su encíclica Evangelium vitae, que no sólo prohíbe el asesinato, según el quinto mandamiento, sino que condena la anticoncepción (y la “mentalidad anticonceptiva”), el “delito abominable del aborto”, el “drama de la eutanasia” y el “acto gravemente inmoral” del suicidio (entrecomillo citas textuales). Pero Wojtyla va más allá. “Con las nuevas perspectivas abiertas por el progreso científico y tecnológico surgen nuevas formas de agresión contra la dignidad del ser humano… La misma medicina, que por su vocación está ordenada a la defensa y cuidado de la vida humana, se presta cada vez más… a realizar estos actos contra la persona”, advierte, y se preocupa de que “amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual”. Tramposamente, la “cultura de muerte” se define para que incluya técnicas de manipulación biomédica como clonación terapéutica, investigación con células madre e ingeniería genética, que ofrecen el potencial, cada vez más real, de salvar vidas humanas y evitar mucho sufrimiento.

Por desgracia el Vaticano, en aras de combatir un relativismo “nefasto” y defender dogmas, prefiere reducir lo que debería ser un amplio y profundo debate, en el que es inevitable reconocer que no hay absolutos y que habrá que asumir ciertos riesgos y costos en aras de un bien mayor, a una simple dicotomía entre “bueno” y “malo”. Esto, en mi opinión, es pensamiento tramposo. Necesariamente se opone a la visión científica del mundo, que nos ha proporcionado tantos beneficios amplios y concretos.

miércoles, 18 de julio de 2007

El descaro de Margarita Zavala

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 18 de julio de 2007

Si yo, querido lector, lo invitara a cenar a mi casa y al abrirle la puerta le pidiera que no se robara nada, usted se molestaría: los demás invitados pensarían que ya me ha robado. El comentario implica veladamente, si no una acusación, al menos una sospecha.

Cuando leo en Milenio Diario (11 de julio) que “La esposa de Calderón insta a poner la ciencia ‘al servicio de la vida’”, me siento con derecho a indignarme. ¿Pensará que está en contra de la vida?

Margarita Zavala visitó las instalaciones del Instituto Nacional de Medicina Genómica, donde trabajan especialistas de excelencia formados con rigor para servir a la nación realizando investigación en genómica, proteómica y otras ramas de frontera que prometen revolucionar el cuidado de la salud.

En su visita, Zavala exhortó a los investigadores a efectuar “investigaciones honestas y responsables, cuyo sujeto sea la persona humana”. Y añadió que la ciencia y la tecnología “siempre fueron instrumentos al servicio de la vida”. ¿Insinúa la señora que las ciencias genómicas no están al servicio de la vida, o que las investigaciones del INMEGEN no son honestas?

En realidad, el mensaje oculto de Zavala hace referencia a esa tramposa “cultura de la vida” que el Vaticano esgrime para negar el derecho a disponer del propio cuerpo (anticoncepción, aborto, eutanasia, clonación, investigación con células madre…). No me extraña, en estos tiempos panistas en que la iglesia católica se descara y va por todo contra el estado laico. En su búsqueda de poder, los jerarcas eclesiásticos dicen combatir un jacobinismo decimonónico… ¡para regresar a un estado confesional del siglo XVII, anterior a las leyes de reforma!

Mientras, un obispo afirma cínicamente (17 de junio) que “En México hubo manoseos, no violaciones”, y la Conferencia del Episcopado Mexicano inaugura el Congreso Nacional de Exorcistas. Al parecer, a la iglesia le resulta más fácil creer en demonios y espíritus que en el bien documentado abuso sexual a menores.

En medio de todo ello, insinuar que la investigación biomédica pueda no estar al servicio de la vida es pura mala voluntad.

¡Mira!

Quizá el mejor antídoto contra la ambición eclesiástica sea leer La puta de Babilonia (Planeta, 2007), erudita diatriba del espléndido novelista colombiano Fernando Vallejo. Lectura esclarecedora, necesaria y divertida.

miércoles, 11 de julio de 2007

Revistas premiadas

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 11 de julio de 2007

El Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades 2007, otorgado a las dos revistas científicas más influyentes del mundo, la británica Nature y la estadunidense Science, permite comentar el papel que las revistas cumplen en el complejo laberinto sociopolítico de la ciencia moderna.

El jurado que otorgó el premio –donde participan, entre otros, el periodista Álex Grijelmo, defensor del uso correcto de la lengua, y un señor que tiene el sorprendente nombre de Pedro Páramo– afirmó que “ambos semanarios constituyen el canal de comunicación más solvente que tiene hoy la comunidad científica internacional para dar a conocer, tras el filtro de una irreprochable y minuciosa selección, los más importantes descubrimientos e investigaciones de muy diversas ciencias y difundir al mismo tiempo, conjugando rigor y claridad expositiva, las teorías y conocimientos más elevados”.

Y en efecto, son las revistas científicas más leídas del mundo. Y eso las hace muy poderosas. Pero no necesariamente todo es “irreprochable” en el mundo de las publicaciones científicas. En sus largas historias (Nature fue fundada en 1869, hace 138 años, y Science hace 127, en 1880), ambas revistas han publicado avances sensacionales, como la estructura en doble hélice del ADN o la clonación de Dolly la oveja. Pero también han tenido sus pequeños escándalos, como cuando un artículo que demostraba la contaminación del maíz criollo de Oaxaca con genes provenientes de maíz transgénico fue publicado en Nature y luego retirado… nunca se supo si con presión del gobierno mexicano o de transnacionales biotecnológicas de por medio.

Parecería raro que dos revistas dirigidas a expertos (90% de lo que publican está en lenguaje técnico ) reciban un premio de comunicación. Pero lo cierto es que, aunque no sean accesibles al gran público, sí son las principales proveedoras de información científica para los medios masivos. Contribuyen así a democratizar el conocimiento científico.

En resumen, aunque hay revistas mucho más importantes (según su factor de impacto, es decir, el número de veces que los artículos que publican son citados) que Science y Nature, hay que reconocer que pocas tienen su influencia social, dentro y fuera de la comunidad científica. Por ello, enhorabuena por un premio bien merecido que pone a la comunicación de la ciencia en primera plana.

miércoles, 4 de julio de 2007

Cómo reprogramar una célula

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 4 de julio de 2007

¿Biología sintética? Suena a ciencia ficción, de esa en que un científico loco juega a ser dios. J. Craig Venter es ciertamente un científico, y también es bastante loco. Pero un loco genial, que descifró el genoma humano por medios poco ortodoxos, pero efectivos y rápidos, y ha analizado los genomas de microorganismos marinos que ni siquiera se sabía que existieran, en los que espera hallar genes útiles para el ser humano.

Otro sueño loco de Venter es fabricar células artificiales a partir de “células mínimas”, con sólo los genes indispensables para funcionar, e insertándoles otros genes que les permitan producir sustancias útiles, como biocombustibles, para convertirlas en fábricas vivientes… Algo parecido a lo que ya se hace mediante la ingeniería genética, pero mucho más avanzado y ambicioso.

Una pregunta importante es qué tanto se puede “reprogramar” a una célula. Aunque esto se ha logrado en células animales mediante la técnica de transplante de núcleo, que permitió obtener a la oveja Dolly –se transplantó el núcleo de una célula de la oveja original a otra célula (sin núcleo) de una oveja de raza distinta, y el resultado fue un duplicado exacto, un clon–, Venter quería probar con células bacterianas, que no tienen núcleo y son más simples y manejables.

Lo que hizo el equipo encabezado por John Glass, del Instituto Venter (Science, 28 de junio), fue aislar y purificar el genoma completo (una gran molécula circular de ADN) de la bacteria Mycoplasma mycoides e introducirlo en células de su prima cercana, Mycoplasma capricolum.

Lo primero se logró mediante una nueva técnica muy delicada, que evita romper las frágiles moléculas de ADN. Lo segundo, ni siquiera Venter y su equipo saben bien cómo funcionó. Simplemente, utilizaron una sustancia (polietilenglicol) que hace que unas células se peguen con otras y, luego de un tiempo, descubrieron que algunas células de M. capricolum absorbieron el genoma de M. mycoides, que reemplazó de algún modo el suyo propio. Convirtieron así a una bacteria de una especie en una de otra especie.

Dice el filósofo Daniel Dennett que el transplante de cerebro es el único en el que uno quiere ser donador, no receptor. El logro de Venter y su equipo es algo equivalente: un transplante de genoma. Ya veremos los posibles alcances y aplicaciones que tiene esta nueva técnica… y los dilemas bioéticos que despierta.




miércoles, 27 de junio de 2007

¡Al diablo las leyes!

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 27 de junio de 2007

Hay quien piensa que las leyes humanas están hechas para violarse. Pero al menos queda el consuelo de pensar que sicarios, funcionarios corruptos y ciudadanos gandallas no pueden sustraerse a las leyes naturales, que se cumplen siempre y en todo lugar y no admiten excepciones.

Por más que uno quiera volar como Supermán, la gravedad se lo impide; y no se puede construir una máquina de movimiento perpetuo porque la segunda ley de la termodinámica lo prohíbe. Pareciera que estas leyes están “escritas” en la naturaleza, y que la labor del científico es simplemente descubrirlas.

Pero la historia de la ciencia muestra que cada vez que creemos haber descubierto las leyes naturales, encontramos luego que estábamos equivocados. Las leyes de Kepler fueron sustituidas por las de Newton, y éstas por las ecuaciones de Einstein. Cuáles son las “verdaderas”?

Por otro lado, suponer que todas las leyes de la naturaleza son tan universales y absolutas como las leyes de la física implicaría que ciencias como la química o la biología son menos “científicas”, pues no tienen leyes de este tipo. La ley periódica que explica las propiedades de los elementos químicos no es rigurosa, sino aproximada; y las llamadas leyes de Mendel sólo se cumplen en ciertos casos. La cosa empeora si hablamos de ciencias médicas, donde la efectividad de un tratamiento sólo puede estimarse estadísticamente, no asegurarse, o ciencias sociales, donde un determinismo como el de la física es sólo posible en la ciencia ficción (por ejemplo, la “psicohistoria” de la trilogía de Fundación, de Isaac Asimov). En realidad ni siquiera las leyes de la física se cumplen siempre rigurosamente, sino sólo en condiciones experimentales muy restringidas, y hay situaciones en donde no son aplicables (por ejemplo, en el big bang, o cerca de un agujero negro).

Ante estos problemas, algunos filósofos de la ciencia optan por rechazar de plano la existencia de leyes naturales; mandarlas al diablo. Otros aceptan que existen, pero que no son realmente universales, sino construcciones conceptuales válidas en ciertos contextos limitados (algunos más limitados que otros), donde nos permiten darle sentido a la realidad, predecirla y manipularla.

En resumen, las leyes son útiles cuando nos convienen, y cuando no, inventamos otras mejores. Algo para pensar.

miércoles, 20 de junio de 2007

Genoma: no todo son genes

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 20 de junio de 2007

No deja de dar sorpresas el genoma. La más reciente, ya comentada aquí por Horacio Salazar, proviene del proyecto “Enciclopedia de elementos del ADN” (ENCODE), y se publicó la semana pasada en las revistas Nature y Genome Research.

Lo primero que llama la atención de este proyecto internacional, en el que participan 308 investigadores de 10 países (ninguno de Latinoamérica), es que estudia, por raro que suene, la parte del genoma que no son genes.

Y es que la imagen del genoma como conjunto de genes —cadenas de ADN con instrucciones para fabricar proteínas, las moléculas que hacen funcionar la célula—, es ya obsoleta. La misma palabra “genoma” conlleva este prejuicio “genocéntrico”, como si los genes fueran todo lo que hay. Hoy se habla también del proteoma (conjunto de proteínas que produce la célula) y el transcriptoma, o conjunto de moléculas de ácido ribonucleico (ARN, el primo del ADN) que actúan como mensajeras entre el núcleo y la fabricación de proteínas.

Se sabe que hasta un 97% de la información contenida en el ADN humano no se utiliza para producir proteínas. Se le llamó “ADN chatarra”, pero hoy se sabe que incluye muchísimos “elementos funcionales”, tramos de información cuyo papel es central para el funcionamiento del organismo. Entre ellas, regiones reguladoras que controlan qué genes se activan y cuándo, y otras involucradas en el enrollamiento y desenrollamiento del ADN durante el ciclo celular (una sola célula humana contiene en su núcleo alrededor de un metro de ADN, que cuando no está siendo “leído” se empaqueta de forma extremadamente compacta).

Gran parte del “ADN chatarra” está activo, produciendo ARN, aunque no se traduzca en proteínas. ENCODE ha logrado, tras cuatro años y más de 42 millones de dólares, analizar detalladamente, con técnicas moleculares y computacionales, los elementos funcionales del uno por ciento del genoma humano (unos 30 millones de letras).

Entre otras cosas, ha descubierto que la evolución del genoma es más compleja de lo que se creía. Tramos cuya función es importante mutan con gran frecuencia, contrario a lo esperado; inversamente, tramos muy conservados evolutivamente parecen no cumplir ninguna función. Sin duda, las sorpresas seguirán conforme avance el proyecto, haciendo que nuestra visión del genoma se vuelva más compleja, pero también más útil.

miércoles, 13 de junio de 2007

El derecho a la ciencia

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 13 de junio de 2007

No puede negarse: la cultura científica es indispensable para el ciudadano.

No sólo por su utilidad práctica para dar sentido a los avances científico-técnicos que nos asedian. También porque el pensamiento científico es una herramienta incomparable para buscar soluciones reales a problemas en todos niveles (personal, laboral, social, global…). ¿Cómo resolver una discusión, encontrar trabajo, combatir el desempleo o el calentamiento global? ¿Conviene recurrir al pensamiento mágico –ese archienemigo de la razón– o buscar soluciones racionales basadas en la evidencia y la experiencia comprobable?

Desgraciadamente, la ciencia y el modo de pensar que la hace posible gozan de poco aprecio. En la revista Science del 18 de mayo, Paul Bloom y Deena Skolnik, de la Universidad de Yale, advierten que el rechazo a la ciencia tiene dos fuentes principales: el conocimiento previo, muchas veces adquirido en la infancia, y lo que se acepta como conocimiento de sentido común en una sociedad.

El conocimiento científico a veces contradice lo que indica la intuición. Las cosas, contradiciendo a Newton, parecen moverse sólo mientras las empujemos; la evolución darwiniana es un proceso ciego y azaroso, pero uno tiende a pensar que todo en el mundo tiene un objetivo; la dualidad entre cerebro y mente (o “alma”) parece natural, aunque las neurociencias muestran claramente que es falsa.

Bloom y Skolnik concluyen que es esperable encontrar en los niños una resistencia a las ideas científicas, pues tienden a chocar con el conocimiento intuitivo. Esta resistencia persiste y se convierte en rechazo si en su comunidad la ciencia es poco apreciada y se da crédito a creencias de tipo místico (creacionismo, horóscopos, hechicería). No ofrecen soluciones, pero su reflexión pone a pensar.

Afortunadamente, en nuestro país existen iniciativas que buscan reforzar la apreciación y comprensión pública de la ciencia, como el programa “La ciencia en las calles” que lanzará el próximo viernes y sábado el Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal en la plaza 23 de mayo, junto a Santo Domingo, en el centro histórico, donde como invitación a la cultura científica los ciudadanos podremos disfrutar de conferencias, talleres, obras de teatro y otros eventos. Enhorabuena por la iniciativa, que fortalece el derecho de los ciudadanos a la ciencia. ¡Asista usted!

miércoles, 6 de junio de 2007

Dos buenas noticias

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 6 de junio de 2007

La ciencia y la tecnología comienzan a figurar en la agenda política nacional (aunque no en el Plan Nacional de Desarrollo). Pude atestiguarlo el viernes en la presentación del nuevo Instituto de Ciencia y Tecnología del Distrito Federal (ICyT-DF), y el lunes en el Segundo Seminario Regional sobre Innovación, Vinculación y Educación Pertinente, organizado en Guadalajara por el Foro Consultivo Científico y Tecnológico.

Aunque se trata de proyectos diversos, uno local y otro nacional, comparten convicciones fundamentales: que ciencia y tecnología son vitales para el progreso del país, y que para aprovecharlas hay que vincularlas con la sociedad.

El ICyT, planea hacerlo mediante una agenda triple (científica, tecnológica y de socialización de la ciencia) que fortalezca el desarrollo de la ciencia y la técnica, para aplicarlas a buscar soluciones a los problemas de la ciudad (transporte, contaminación, seguridad…), y promoviendo la cultura científica del ciudadano a través de la educación y la divulgación.

Por su parte, el seminario del Foro Consultivo (y otros seminarios regionales que se realizarán) buscó identificar metas, acciones y estrategias para promover el desarrollo económico y el bienestar social. El Foro también presentará en agosto una propuesta de nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación al CONACYT.

Frente a la propuesta quizá más diversa y equilibrada del ICyT-DF, el Foro Consultivo –en el que participan los sectores académico, gubernamental e industrial– hace énfasis en los aspectos económicos. El concepto mismo de “innovación” se maneja como la vinculación de la producción de conocimiento científico y técnico con el sector productivo para la generación de riqueza. Lo cual es más que razonable, pero será importante evitar excesos como los de algunos participantes del seminario, que llegaron a mofarse de la investigación científica básica “que no toma en cuenta los intereses del cliente”.

Para generar la innovación que se desea y mejorar el nivel de bienestar de nuestros ciudadanos, todos los sectores tendrán que entender la naturaleza de la investigación científica. Es indispensable apoyar la investigación básica de calidad, académico, y no querer reducir la ciencia a mera generadora de soluciones para problemas prácticos. ¡No sólo la ciencia que produce dinero o cuida el ambiente es importante!

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miércoles, 30 de mayo de 2007

La felicidad...

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 30 de mayo de 2007

Cuando uno está muy triste, la felicidad de otros puede ser intolerable. Llega uno a desear que dejen de estar tan felices. Un artículo aparecido hace 15 años podría ayudar a los tristes, al menos, a dejar de sentirse mal por no ser felices.

El trabajo se publicó en 1992, en el Journal of Medical Ethics (v. 18, p. 94). Se titula “Propuesta para clasificar a la felicidad como alteración psiquiátrica”, y su autor es Richard Bentall, psicólogo de la Universidad de Liverpool.

Bentall da una serie de razones por las que, ateniéndose a la ortodoxia en salud mental, no queda más remedio que clasificar a la felicidad como enfermedad en los manuales diagnósticos (propone el nombre de “Alteración afectiva mayor, de tipo placentero”).

En primer lugar, es una condición anormal: no se conforma a la norma. Las personas felices son una muy pequeña minoría. Pero además, la felicidad lleva asociadas alteraciones del comportamiento y de las capacidades cognitivas y afectivas.

Quienes la padecen tienden a exagerar los aspectos positivos de la vida, en especial de sus propias capacidades, y suelen incurrir en comportamientos impulsivos, irresponsables o riesgosos: hacen cosas que nunca harían en condiciones normales.

La alteración afectiva mayor de tipo placentero conlleva manifestaciones físicas características; la más obvia es la distorsión de los músculos faciales conocida como “sonrisa”.

Revela también una alteración cerebral: la administración de drogas como alcohol o anfetaminas, así como la estimulación de ciertas áreas de la corteza cerebral, producen artificialmente la sensación de felicidad.

Este desequilibrio emocional se caracteriza también por ser irracional, lo cual, junto con los otros criterios expuestos, lo equipara a otras alteraciones psiquiátricas como la psicosis o la depresión. Al final, el único criterio para rechazar la definición de felicidad como enfermedad sería el alto valor social que le concedemos (lo cual, según Bentall, podría remediarse abriendo clínicas para combatir el padecimiento).

Como todo provocador inteligente, lo que Bentall buscaba con su socarrón artículo era poner a pensar a sus colegas en qué tan adecuadas son las definiciones tajantes y excesivamente rigurosas de las enfermedades mentales. A mí y a otros nos hace preguntarnos si no estaremos, como sociedad, un tanto obsesionados con la famosa búsqueda de la felicidad.

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miércoles, 23 de mayo de 2007

Ciencia, tecnología e innovación

Martín Bonfil Olivera
23 de mayo de 2007

Comparado con lo que sucede en otros países de Latinoamérica, en México hacemos menos de lo necesario a favor de la ciencia y la tecnología.

La ciencia se enseña en escuelas y universidades y se divulga al público, pero no basta. Ciudadanos, funcionarios y gobernantes no tienen una cultura científica que les permita, más allá de curiosidades, entender qué es la ciencia, su importancia, cómo funciona y por qué su desarrollo nos puede permitir (un día) apoyarnos en ella, como los países de primer mundo.

El investigador argentino-mexicano Marcelino Cereijido se queja este mes en la revista Ciencias (ganadora del premio de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe) de que la comunidad científica mexicana, que hace 30 años, cuando llegó, era pujante, hoy está aplastada por una burocracia corta de miras que exige resultados a corto plazo. Concluye que urge educar a políticos y funcionarios para que entiendan qué es la ciencia.

Pero hay esperanza: el lunes asistí a la presentación del primer borrador de la nueva Ley de Ciencia, Tecnología e Innovación, que el Foro Consultivo Científico y Tecnológico presentará al Conacyt en agosto próximo.

La propuesta luce prometedora, y se enriquecerá con aportaciones de diversos sectores. Es notorio su énfasis en la innovación: vinculación con el sector productivo para crear riqueza y empleos. Esto tendrá que ir acompañado de la comprensión profunda que pide Cereijido, para no caer en el error de ignorar que una ciencia básica amplia, sólida y de calidad es la raíz indispensable para desarrollar el árbol científico-tecnológico-industrial cuyos frutos anhelamos.

Inquieta un poco la insistencia con que el sector industrial pide recursos públicos cuyo destino natural son más bien las instituciones de investigación. Como comentaba aquí ayer Arturo Barba, hay casos en que estas peticiones sólo benefician a las empresas o resultan ser trucos para pagar menos impuestos.

Finalmente, sería deseable que la ley incluyera la propuesta de un plan de divulgación científica a nivel nacional, importantísimo para lograr interés, comprensión y compromiso de ciudadanos y gobernantes hacia la ciencia y la técnica.

No dudo que, con la participación de todos, el proyecto se enriquecerá y perfeccionará. Ojalá sea adoptado y, sobre todo, aplicado por el gobierno actual.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx

miércoles, 16 de mayo de 2007

Latinoamérica científica

Martín Bonfil Olivera
16 de mayo de 2007

Viajar ilustra, ni duda cabe. Este columnista regresa de la décima Reunión de la Red de Popularización de la Ciencia y la Tecnología en América Latina y el Caribe (Red-POP), en la bella San José de Costa Rica, a la que asistimos 180 comunicadores de la ciencia de 20 países, predominantemente latinoamericanos.

Además de compartir experiencias, pude apreciar, con admiración y envidia (de la buena: la que nos hace aspirar a ser mejores) la alta apreciación por la ciencia y la tecnología que hay en muchos de estos países. Brasil, Argentina, Chile, Uruguay, Colombia, Nicaragua, Venezuela y tantos otros, que enfrentan problemas económicos iguales o peores que los nuestros, tienen sólidos esfuerzos, apoyados por sus gobiernos, para mostrar a sus ciudadanos la importancia de la ciencia y la técnica para el progreso social.

Lo que más llamó mi atención fueron las acciones concretas, el provecho que estos países están sacando de la relación múltiple que puede establecerse entre naturaleza, ciencia, tecnología y sociedad. Hay gran interés por los temas ambientales, y se generan recursos y conciencia social a través, por ejemplo, de la creación de reservas biológicas o parques nacionales, y del popular ecoturismo (para el que Costa Rica, mientras protege sus abundantes bellezas naturales, se ha convertido en destino obligado).

Los ticos también han sabido sacar provecho de sus riquezas a través de la biotecnología, colaborando con instituciones estadunidenses mediante convenios que protegen su patrimonio biológico y permiten aprovecharlo para beneficiar al país. A través de instituciones como el Centro Nacional de Alta Tecnología (CENAT), Costa Rica ha establecido un sistema científico-tecnológico-industrial provechoso y adaptado a sus necesidades.

Un ejemplo: el astronauta estadunidense-costarricense Franklin Chang Díaz, más allá de haber colaborado con la NASA desde 1980, se ha convertido en un verdadero icono del progreso nacional para sus compatriotas. Cualquier taxista en San José lo conoce, y puede explicar que actualmente está trabajando en la elaboración, en Costa Rica, de un motor magnético de impulso por plasma (¡en serio!) que podría reducir un viaje a Marte de diez meses a sólo cuatro.

Caray... ¿por qué se queda uno con la sensación de que en México estamos desperdiciando la oportunidad de hacer cosas como éstas? No hay duda: viajar ilustra.

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jueves, 10 de mayo de 2007

Experimentar con animales

Martín Bonfil Olivera
Milenio Diario, 9 de mayo de 2007

La ciencia ha tenido, a lo largo de la historia, la virtud de provocar polémicas. Quizá las más acaloradas surgen cuando el interés científico se topa con consideraciones éticas. El beneficio potencial del nuevo conocimiento se confronta con el costo de la investigación científica (en dinero, deterioro ambiental, posibles aplicaciones bélicas, y especialmente, sufrimiento causado a los organismos utilizados en los experimentos).

Para hacer investigación biológica o médica muchas veces se requiere experimentar con animales. Algunas personas opinan que este tipo de investigación debiera prohibirse, por ser inmoral; otros argumentan que lo inmoral sería no hacerla, pues se estaría perdiendo la oportunidad de evitar el sufrimiento que causan las enfermedades. A veces el debate degenera en batalla: aún existen grupos de activistas que destruyen laboratorios en los que se experimenta con animales.

Para intentar convertir la estéril discusión de todo o nada en un tema más objetivo, el investigador David G. Porter, de la Universidad de Guelph, en Canadá, planteó hace 15 años (Nature 356, p. 101) una escala para evaluar la pertinencia de realizar estudios con animales.

Porter proponía varios criterios, con valores aproximados, para hacer un balance costo-beneficio en cada caso. Entre ellos, el objetivo del experimento (no es igual una investigación que busca salvar vidas que una que se hace por simple curiosidad); la especie que se usará (no es lo mismo un molusco, con sistema nervioso rudimentario, que un primate con corteza cerebral avanzada); una estimación del dolor que se provocará al animal; la duración de éste (una inyección duele mucho, pero dura poco); la duración total del experimento en relación con la vida del animal (unos meses son mucho para un organismo que vive pocos años); el número de animales usados (no es igual causar sufrimiento a un animal que a cientos); la calidad de los cuidados que se ofrecerán a los animales, y si se trata de especies en peligro de extinción.

Hay quien piensa que el hombre es el rey de la creación, y tiene derecho de disponer de los animales a su gusto. Hay quien cree que los temas éticos no pueden matizarse, pues son absolutos. Propuestas racionales como la de Porter muestran que a veces los argumentos científicos permiten avanzar en discusiones donde los dogmatismos sólo sirven como obstáculo.

Comentarios: mbonfil@servidor.unam.mx