miércoles, 18 de septiembre de 2013

La ouija del diablo

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 18 de septiembre de 2013

Para quienes sean lectores regulares de esta columna/blog (¡gracias!), el tema del llamado “detector molecular” GT200, alias ouija del diablo, no resultará extraño.

Se trata de uno de los más monumentales fraudes seudocientíficos a nivel mundial, y que en nuestro país implicó el gasto inútil de millones de pesos, la puesta en riesgo de civiles y fuerzas armadas en la lucha contra la violencia y el narcotráfico, y el vulnerar los derechos humanos de numerosas personas acusadas con base en este inútil juguete. No repetiré aquí por qué no sólo se ha comprobado que no funciona, sino que no podría funcionar, pues no hay principios científicos que lo sustenten (además de que está totalmente hueco: carece de cualquier componente mecánico o electrónico). Afortunadamente, su fabricante ya ha sido enjuiciado y condenado en Inglaterra, el asunto ha llegado a los medios mexicanos y se están y tomando medidas para que deje de utilizarse (y, con suerte, para que los responsables rindan cuentas).

Hoy quiero celebrar que, si quiere usted conocer la historia en detalle, con todos sus increíbles recovecos y truculencias, puede hacerlo a través de la magnífica y rigurosa crónica que hace el actuario (orgullosamente UNAM), maestro en demografía y divulgador científico Carlos Galindo en su recién publicado libro La ouija del diablo: crónica de un fraude en la guerra contra el narco y otros fragmentos de ciencia (Ediciones B, 2013, que debe ya estar a la venta en librerías).

Galindo, poseedor de una pluma clara, precisa y sobre todo muy amena, nos narra paso a paso la historia de cómo esta estafa pudo penetrar a las fuerzas armadas de nuestro país (¡y de muchos otros!), sin que nadie hiciera caso a las pocas voces críticas que intentaban dar la voz de alerta (Carlos me hace el honor de incluirme entre éstas).

Pero no sólo eso: fiel a su convicción –que compartimos todos los que nos dedicamos a compartir la ciencia con el gran público– de que sólo convirtiendo la cultura científica en cultura popular puede lograrse que nuestros ciudadanos valoren, aprovechen y disfruten de la visión del mundo que nos ofrece la ciencia, Galindo aprovecha el resto de su libro para cronicar otras grandes historias científicas, donde aborda y entreteje temas tan diversos como el futbol y los tiros con chanfle, la influenza, el racismo, la evolución, la vida personal de Einstein, la expedición científica mexicana que viajó a Japón para observar el tránsito de Venus frente al Sol en 1874, el amor, la migración y la sensualidad del son cubano, entre otros.

Es un placer hallar un autor mexicano capaz de contar la ciencia de manera tan sabrosa e interesante. Seguramente, cuando lo lea, coincidirá usted conmigo.

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