miércoles, 13 de agosto de 2014

Robin Williams

Por Martín Bonfil Olivera
Dirección General de Divulgación de la Ciencia, UNAM
Publicado en Milenio Diario, 13 de agosto  de 2014

Mork del planeta Ork
Sí: ya sé que se supone que ésta es una columna de ciencia. Pero también lo es de gusto. Y si algo se puede decir del recientemente fallecido actor estadounidense Robin Williams es que dio gusto a sus miles de fans durante décadas en las muchas decenas de películas que protagonizó. Fue uno de los más grandes comediantes de nuestra época, y también un excelente actor dramático (cuando los directores sabían evitar su tendencia a sobreactuar).

El primer papel que lo hizo famoso tenía una relación indirecta con la ciencia… ficción. Fue Mork, un extraterrestre del planeta Ork, que convivía con una chica llamada Mindy. Una fabulosa comedia proto-ochentera (1978-1982).

Años más tarde, en 1999, dio vida al androide Andrew en una historia de ciencia ficción más seria: la adaptación fílmica (bastante mala) de la novela El hombre bicentenario, de Isaac Asimov. (En 1994 protagonizó otro filme de ciencia ficción, La memoria de los muertosThe final cut– también poco afortunado.)

Otra película famosa, que le daría su único Óscar y que disfruté mucho fue Mente indomable (Good Will Hunting, 1997), donde Williams encarna a un psicólogo.

Es quizá en Despertares (Awakenings, 1990), basada en el libro del mismo título del magistral neurólogo, escritor y divulgador científico Oliver Sacks, donde la carrera de Robin Williams más se acercó a la verdadera ciencia. La cinta se basan en el libro donde Sacks (interpretado por Williams en el filme) relató su experiencia real con pacientes que habían pasado décadas encerrados en un hospital de Nueva York, víctimas de la encefalitis letárgica, y los inquietantes resultados que obtuvo al tratarlos con el fármaco L-dopa. Una hermosa historia de ciencia y humanismo, como suelen serlo las que escribe Sacks.

Pero mi película favorita de Williams no tiene que ver con la ciencia, sino con la poesía: La sociedad de los poetas muertos (Dead poets society, 1989). En una de sus muchas escenas inolvidables, el nuevo profesor de literatura, John Keating (Williams), hace leer a los alumnos la introducción del libro de texto de poesía, donde el autor propone un método “científico” para evaluar la calidad de un poema, tomando en cuenta dos parámetros: qué tan artísticamente se trata el tema y qué tan importante es éste. Keating, abominando de la idea de “medir” la poesía, hace que arranquen la página de sus libros.

Más adelante, Keating inculca en sus alumnos el ideal de aprovechar la vida al máximo (Carpe diem), pues ésta dura poco. Y es que en realidad la cinta, con guión de Tom Schulman, se trata, creo yo, del entusiasmo.

Si el verdadero valor de la literatura y la poesía radica en su belleza y el entusiasmo que nos pueden causar, lo mismo, exactamente, se puede decir de la ciencia. Me atrevería a afirmar que la auténtica razón por la que la gran mayoría de los científicos –sean investigadores o divulgadores– se dedican a la ciencia (a crearla o a comunicarla) es precisamente su entusiasmo por la belleza de la imagen del mundo que nos ofrece, y el asombro, el disfrute y la inspiración que nos ofrece.

“La gran desgracia de la ciencia es ser útil”, escribí hace años. Y es cierto, porque tendemos a apreciarla sólo por sus aplicaciones prácticas. Pero su verdadero valor, al igual que el de la poesía y el arte en general, es que nos permite acceder a la “experiencia científica”: equivalente a la experiencia estética que nos da el arte, pero que pasa primero por la comprensión racional.

Tristemente, Williams acabó con su propia vida, víctima de la depresión. Pero el mensaje con el que yo me quedo a partir de su carrera es precisamente uno de entusiasmo. Lo extrañaremos.

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Contacto: mbonfil@unam.mx

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2 comentarios:

Lucho dijo...

Hola, está muy buena la nota pero te faltó mencionar la interpretacion de Patch Adams, ahi tambien estamos hablando de ciencia y justamente ese tipo de ciencia "sirve y es hermosa"
Saludos desde Uruguay!

Luis Martin Baltazar Ochoa dijo...

Me gustó mucho este inserto, Tocayo. Como bien dices no es propiamente de ciencia, sino del buen recuerdo que deja un actor, un buen actor, en películas que de alguna manera tratan temas de ciencia. En efecto la sensación que dejaba Robin Williams con sus papeles, era de su entusiasmo, su pasión en lo que hacía, ya fueran trabajos de excelente actuación o a veces un poco sobreactuados. A mi en lo personal, no me causaba tanto problema si lo sobreactuaba un poco, prefiero siempre alguien que caiga en excesos, a causa de una pasión por su trabajo, sus estudios, en fin, una intensidad en lo que hace, que lo contrario: alguien que no se interese o no lo transmita.
Y por ultimo, una tragedia que fuera su muerte por suicidio; no pareciera que pudieran ir juntos esa intensidad de vida y esa depresión que lo llevó a la tumba. Muy lamentable, muy grande la pérdida. De mi parte, que encuentre la paz.